Era un vagón estrecho, maloliente, en el que casi no había aire. Te ahogabas en él. No había ventanas, por lo tanto la sensación de estar encerrados, con el temor de lo que sucedería afuera era muy grande. La incertidumbre de saber nuestro destino, el final de las vías, nuestro futuro era mayor aún. No quería recordar el pasado pero tampoco pensar en el futuro, no sabía cual de las dos era peor y eso me atemorizaba.
Era oscuro cuando el tren se paró de repente, muchos de los que en los vagones estábamos empezamos a tiritar aun no comprendo si fue por la brisa fría que hacía en ese lugar o por el miedo y la sorpresa de nuestro destino.
Salimos del vagón poco a poco, esa espera me impaciento y a la vez hacía que mi miedo creciera. Hacía casi un año que no salía del gueto de Varsovia hubiera preferido quedarme allí. Con mis recuerdos y la seguridad de estar con los míos. No en aquel lugar, cuando salí, unos focos iluminaban la escena: una gran estepa y a lo lejos un edifico grande, con cinco chimeneas monstruosas que hacía que sintiera pavor por entrar en ese lugar. No, no quería entrar pero no había más remedio si ellos me lo decían. Ellos, los agentes de la SS que se creían con autoridad suficiente para controlar nuestra vida, nuestro destino, nuestro futuro, nuestra raza. Nosotros no podíamos hacer nada, la rebelión era castigada con la muerte., la única solución por lo tanto era permanecer en silenció como pequeños corderos que son llevados al matadero, ya que al fin y al cabo nuestro destino era ese la muerte, pero la ansia de vivir hacía que lucháramos, que no nos dejáramos pisotear aunque fuera en silenció y dejándonos vejar, torturar e insultar por todos los alemanes de sangre pura.
Allí estaba yo, en medio de esa multitud solo, sin nadie a quien acudir. Esa soledad que hacía tan poco que me acompañaba, esa soledad que iba de la mano de la tristeza de la tristeza por la perdida de un ser querido, amado y apreciado. También fue en el gueto su pérdida, en un instante te puede cambiar todo. Caminábamos felizmente por las calles del gueto alegres porqué dentro de poco acaba el januca. Anna, mi esposa estaba feliz y me sonreía con esos ojos llenos de esperanza y me dedico una gran sonrisa, quizás esos momentos fueron los que me ayudaron a seguir en mi lucha interna. En ese momento Anna estaba distraída y no pudo ver al agente con camisa gris impoluta que se le acercaba, chocaron y ella se cayó hacía atrás. Yo me agache para ayudarla, pero el agente sacó la pistola, apunto y disparó. Luego prosiguió con su caminó. Me quedé helado, esa frialdad en la mirada, la ausencia de palabra. No eché la vista atrás, solo miré a Anna que yacía en la calle con una bala en la frente. Maldije mi estrella amarilla que llevaba en el brazo, la prueba del señor, etc. Solo éramos personas y como tales queríamos libertad.
Esos momentos me hacían recapacitar del porqué de nuestra existencia. Nos tuvieron una noche en la estepa. Yo no pude conciliar el sueño, a causa del hambre y de la sed no había comido nada desde la partida del gueto. Mi garganta ardía cada vez que intentaba tragar mi propia saliva, estaba reseca. Así que tampoco hablé con el resto de la gente. Tampoco lo hubiera hecho de haber podido, no me gustaba la visión que ellos tenían de mejora después de esto, ni tampoco la prueba del señor y mucho menos que algunos estuvieran de acuerdo con lo que nos hacían.
En el amanecer, las puertas del recinto se abrieron, yo estaba cansado, hambriento y sediento. Cuando de esas puertas vi llegar a un hombre con bata pensé, es nuestra salvación aquí vamos a mejorar nuestra situación.
Iluso de mí. Ese hombre era delgado, y nos miraba con ojos de diversión, para los alemanes los judíos no éramos más que pequeños juguetes a más de escoria con la que divertirse.
Los agentes de la SS, al verlo llegar hicieron el saludo habitual, y empezaron a hablar entre ellos.
Al cabo de un rato, el hombre mandó instrucciones a los de la SS. Nos mandaron hacer filas unos detrás de otros y nos mandaron desnudarnos. Ese mandato me dejo asombrado y a la vez avergonzado. No me quería desnudarme delante de una muchedumbre a la cual no conocía aunque lo hice igualmente, eso si poco a poco y con mucho cuidado. Lo peor fue, cuando un agente pasaba por delante de nosotros y fijaba su vista delante de nosotros. Yo era reacio a hacer esas cosas, ni siquiera me gustó todo lo contrario me disgusto y estuve tentado a vestirme otra vez a causa de la vergüenza y frío.
El agente empezó a separarnos por filas, los cual no tenían ningún significado bueno. Normalmente cuando hay dos opciones una es la buena y la otra es la mala, eso me hizo ponerme nervioso y me angustié a causa de saber cual sería la correcta. Me vestí deprisa cuando me lo indicaron y me sequé el sudor frío de mi frente.
Me fui hacía la izquierda, que era mi lugar. ¿Sería el correcto? Eso no se sabría hasta el último momento.
Varios agentes nos dijeron, que éramos afortunados (que bien pensé, por fin fortuna), nos darían una ducha desinfectante y luego nos harían un reconocimiento médico. Mucha de la gente empezó a sonreír, su estado degradante no les impedía estar felices, ¿por qué yo no podía compartir esa felicidad?, quizás era que yo ya me había dado cuenta del error. Sus caras demacradas sonrientes, sus bocas desdentadas con una amplia sonrisa y sus ojos vacíos expresando felicidad me mostraron la cruda realidad, íbamos a morir. En lo más profundo de mi subsconciente esperaba no tener razón, aunque ya me daba por vencido, la guerra había sido pérdida. Con un sentimiento de pena, avance hacía adelante. Entramos en el recinto y nos llevaron a una gran sala, donde había cuatro chicas, todas ellas con estrellas marrones.
Nos ordenaron que diésemos todo el oro que tuviéramos encima y que después se nos sería devuelto. La gente asimilo lo dicho, yo por mi lado, no tenía nada para dar. Siempre habíamos sido una familia de riqueza normal, lo que teníamos lo habíamos vendido para poder comer en el gueto y no morirnos de hambre. Recuerdo de parientes, regalos de nuestros amigos, todo había sido vendido por un poco de carne o por una ración de pan y patatas extras. Permanecí en silenció observando la situación, asombrado de ver los sitios insólitos donde la gente se escondía sus objetos de valor, aun así esa sorpresa no pudo alejar la pena y la tristeza que en mi interior albergaba.
Salimos al exterior, nos llevaron a otra sala grande y nos separaron por hombres y mujeres e hicieron pequeños grupos de 50 personas más o menos.
Allí junto a 50 personas más me empecé a desnudar para ir hacía las duchas, una lagrima se escapó. Este era el final, no podía haber tanta amabilidad, ni tal tranquilidad. ¿Como podían ofrecernos una ducha, si días atrás nos tenían muriéndonos de hambre en el gueto?
Entre a las duchas y oí el ruido metálico de la cerradura a al cerrase, aquí quedaba sellado mi destino, mi vida y mi lucha. Me reencontraría contigo Anna, ya no volvería a sufrir más esta soledad ni esta pena. Poco a poco de los grifos fue saliendo un aire, que nos fue adormeciendo en un sueño profundo del cual no podríamos despertar. Soñé contigo con que te abrazaba, así toda la eternidad.
Era oscuro cuando el tren se paró de repente, muchos de los que en los vagones estábamos empezamos a tiritar aun no comprendo si fue por la brisa fría que hacía en ese lugar o por el miedo y la sorpresa de nuestro destino.
Salimos del vagón poco a poco, esa espera me impaciento y a la vez hacía que mi miedo creciera. Hacía casi un año que no salía del gueto de Varsovia hubiera preferido quedarme allí. Con mis recuerdos y la seguridad de estar con los míos. No en aquel lugar, cuando salí, unos focos iluminaban la escena: una gran estepa y a lo lejos un edifico grande, con cinco chimeneas monstruosas que hacía que sintiera pavor por entrar en ese lugar. No, no quería entrar pero no había más remedio si ellos me lo decían. Ellos, los agentes de la SS que se creían con autoridad suficiente para controlar nuestra vida, nuestro destino, nuestro futuro, nuestra raza. Nosotros no podíamos hacer nada, la rebelión era castigada con la muerte., la única solución por lo tanto era permanecer en silenció como pequeños corderos que son llevados al matadero, ya que al fin y al cabo nuestro destino era ese la muerte, pero la ansia de vivir hacía que lucháramos, que no nos dejáramos pisotear aunque fuera en silenció y dejándonos vejar, torturar e insultar por todos los alemanes de sangre pura.
Allí estaba yo, en medio de esa multitud solo, sin nadie a quien acudir. Esa soledad que hacía tan poco que me acompañaba, esa soledad que iba de la mano de la tristeza de la tristeza por la perdida de un ser querido, amado y apreciado. También fue en el gueto su pérdida, en un instante te puede cambiar todo. Caminábamos felizmente por las calles del gueto alegres porqué dentro de poco acaba el januca. Anna, mi esposa estaba feliz y me sonreía con esos ojos llenos de esperanza y me dedico una gran sonrisa, quizás esos momentos fueron los que me ayudaron a seguir en mi lucha interna. En ese momento Anna estaba distraída y no pudo ver al agente con camisa gris impoluta que se le acercaba, chocaron y ella se cayó hacía atrás. Yo me agache para ayudarla, pero el agente sacó la pistola, apunto y disparó. Luego prosiguió con su caminó. Me quedé helado, esa frialdad en la mirada, la ausencia de palabra. No eché la vista atrás, solo miré a Anna que yacía en la calle con una bala en la frente. Maldije mi estrella amarilla que llevaba en el brazo, la prueba del señor, etc. Solo éramos personas y como tales queríamos libertad.
Esos momentos me hacían recapacitar del porqué de nuestra existencia. Nos tuvieron una noche en la estepa. Yo no pude conciliar el sueño, a causa del hambre y de la sed no había comido nada desde la partida del gueto. Mi garganta ardía cada vez que intentaba tragar mi propia saliva, estaba reseca. Así que tampoco hablé con el resto de la gente. Tampoco lo hubiera hecho de haber podido, no me gustaba la visión que ellos tenían de mejora después de esto, ni tampoco la prueba del señor y mucho menos que algunos estuvieran de acuerdo con lo que nos hacían.
En el amanecer, las puertas del recinto se abrieron, yo estaba cansado, hambriento y sediento. Cuando de esas puertas vi llegar a un hombre con bata pensé, es nuestra salvación aquí vamos a mejorar nuestra situación.
Iluso de mí. Ese hombre era delgado, y nos miraba con ojos de diversión, para los alemanes los judíos no éramos más que pequeños juguetes a más de escoria con la que divertirse.
Los agentes de la SS, al verlo llegar hicieron el saludo habitual, y empezaron a hablar entre ellos.
Al cabo de un rato, el hombre mandó instrucciones a los de la SS. Nos mandaron hacer filas unos detrás de otros y nos mandaron desnudarnos. Ese mandato me dejo asombrado y a la vez avergonzado. No me quería desnudarme delante de una muchedumbre a la cual no conocía aunque lo hice igualmente, eso si poco a poco y con mucho cuidado. Lo peor fue, cuando un agente pasaba por delante de nosotros y fijaba su vista delante de nosotros. Yo era reacio a hacer esas cosas, ni siquiera me gustó todo lo contrario me disgusto y estuve tentado a vestirme otra vez a causa de la vergüenza y frío.
El agente empezó a separarnos por filas, los cual no tenían ningún significado bueno. Normalmente cuando hay dos opciones una es la buena y la otra es la mala, eso me hizo ponerme nervioso y me angustié a causa de saber cual sería la correcta. Me vestí deprisa cuando me lo indicaron y me sequé el sudor frío de mi frente.
Me fui hacía la izquierda, que era mi lugar. ¿Sería el correcto? Eso no se sabría hasta el último momento.
Varios agentes nos dijeron, que éramos afortunados (que bien pensé, por fin fortuna), nos darían una ducha desinfectante y luego nos harían un reconocimiento médico. Mucha de la gente empezó a sonreír, su estado degradante no les impedía estar felices, ¿por qué yo no podía compartir esa felicidad?, quizás era que yo ya me había dado cuenta del error. Sus caras demacradas sonrientes, sus bocas desdentadas con una amplia sonrisa y sus ojos vacíos expresando felicidad me mostraron la cruda realidad, íbamos a morir. En lo más profundo de mi subsconciente esperaba no tener razón, aunque ya me daba por vencido, la guerra había sido pérdida. Con un sentimiento de pena, avance hacía adelante. Entramos en el recinto y nos llevaron a una gran sala, donde había cuatro chicas, todas ellas con estrellas marrones.
Nos ordenaron que diésemos todo el oro que tuviéramos encima y que después se nos sería devuelto. La gente asimilo lo dicho, yo por mi lado, no tenía nada para dar. Siempre habíamos sido una familia de riqueza normal, lo que teníamos lo habíamos vendido para poder comer en el gueto y no morirnos de hambre. Recuerdo de parientes, regalos de nuestros amigos, todo había sido vendido por un poco de carne o por una ración de pan y patatas extras. Permanecí en silenció observando la situación, asombrado de ver los sitios insólitos donde la gente se escondía sus objetos de valor, aun así esa sorpresa no pudo alejar la pena y la tristeza que en mi interior albergaba.
Salimos al exterior, nos llevaron a otra sala grande y nos separaron por hombres y mujeres e hicieron pequeños grupos de 50 personas más o menos.
Allí junto a 50 personas más me empecé a desnudar para ir hacía las duchas, una lagrima se escapó. Este era el final, no podía haber tanta amabilidad, ni tal tranquilidad. ¿Como podían ofrecernos una ducha, si días atrás nos tenían muriéndonos de hambre en el gueto?
Entre a las duchas y oí el ruido metálico de la cerradura a al cerrase, aquí quedaba sellado mi destino, mi vida y mi lucha. Me reencontraría contigo Anna, ya no volvería a sufrir más esta soledad ni esta pena. Poco a poco de los grifos fue saliendo un aire, que nos fue adormeciendo en un sueño profundo del cual no podríamos despertar. Soñé contigo con que te abrazaba, así toda la eternidad.
Bueno con esto me presente a Sant Jordi debe de ser muy penoso porque no ganó ni el 3 premio de mi cole!!